La universidad del siglo XXI


No es negociable para las Instituciones de Educación Superior del siglo XXI la reflexión alrededor del cambio en la perspectiva educativa. Las teorías, estrategias de aprendizaje y el currículo cambian según las necesidades de la sociedad y del tipo de hombre que se desea formar.

La mejor receta para la mediocridad es resignarse a hacer simplemente lo que otros hacen, la política del “me too”. Pero en educación superior, como en la vida en general, lo disruptivo, lo que garantiza la vanguardia es leer los tiempos y adelantarse a lo que viene.
Con los beneficios de los avances en la tecnología, el mundo ha llegado a un punto en el que los computadores están reemplazando trabajos que antes eran únicamente ejecutados por el ser humano, más allá de la tradicional automatización, lo cual exige de las universidades una importante reflexión alrededor de su quehacer. Robots e inteligencia artificial son amenaza pero además el reto para las nuevas generaciones.
Por ello, el modelo actualizado de educación superior debe ser “a prueba de robots”, fortalecido en las competencias cognitivas propiamente humanas, esas que las computadoras no logran sustituir aún. Este nuevo modelo universitario exige enseñar a pensar, y para ello una buena estrategia es fortalecer la enseñanza de las humanidades. La interacción con estas impulsa la creatividad, la criticidad, la curiosidad, el raciocinio analítico, el juicio, la solución de problemas y la flexibilidad para transferir y generalizar lo aprendido.
Lo están evidenciado países como Israel, Estados Unidos y Suecia que poseen la mayor producción intelectual en términos de patentes e innovaciones. Son ellos los que cultivan una educación fundamentada en las humanidades. Hoy las humanidades han sido injustamente tildadas de inútiles en una sociedad trivial dominada por el homo oeconomicus, donde hombres y mujeres se empeñan en una insensata carrera hacia la tierra prometida del beneficio y de lo que consideran “útil”, cuando, contrario sensu, útil es todo aquello que nos ayuda a ser mejores. Bien lo dijo Keynes en 1928: lo bueno es siempre mejor que lo útil, coincidiendo con los psicólogos  Benasayag y Schmit en que “la utilidad de lo inútil es la utilidad de la vida, de la creación, del amor, del deseo”.
Otro ingrediente de este modelo es la formación para la ciudadanía global, que no es cuestionable en este siglo, y que reclama el fortalecimiento del conocimiento del mundo y de las culturas, el respeto por la diversidad intercultural, por los derechos humanos y por el medioambiente.
Así mismo, el pensamiento sistémico –la percepción total para analizar el universo, lo opuesto a la parcialidad del conocimiento científico- es una habilidad que exige este siglo y que se logra impartir de manera primordial a través de currículos que impulsan proyectos de aula integradores, interdisciplinares y transdisciplinares. Lo sistémico, por lo demás, obliga a curricularizar el emprendimiento y la innovación, integrándolos a las nuevas tecnologías, apalancado en los resultados de investigaciones que transfieran y transformen el entorno.
Es imperativo, por tanto y además, que en las Instituciones de Educación Superior se diseñen currículos que desarrollen diferentes tipos de lenguaje, paralelos a las competencias naturales de leer, redactar, escuchar, hablar, y las de razonar cuantitativamente. Se necesita desarrollar los lenguajes de la programación de la tecnología, de análisis de datos y el de las habilidades “humanas” que faculten a las personas para crear nuevos modelos tecnológicos para leer, analizar y utilizar los grandes volúmenes de información que cada día nos acechan.
Es sabido que los estudiantes de la Generación Z aprenden diferente. Ellos demandan herramientas didácticas centradas en el estudiante, participativas, mediadas por las TIC –en especial la tecnología móvil–, la educación en línea, la construcción colectiva, el diálogo y la pregunta. Por eso, un nuevo modelo educativo universitario debe ir más allá de los tradicionales programas de pregrado y posgrado, impulsando una educación para toda la vida, ampliando, por supuesto, la oferta de capacitación continua, ya que en este mundo global, diverso e impredecible la gente cambia de ocupación muchas veces durante su vida laboral, lo que requiere de preparación permanente.
No es negociable para las Instituciones de Educación Superior del siglo XXI la reflexión alrededor del cambio en la perspectiva educativa. Las teorías, estrategias de aprendizaje y el currículo cambian según las necesidades de la sociedad y del tipo de hombre que se desea formar, lo cual demanda el impulso de una educación que responda  a las exigencias del cambio, y a los  desafíos  más apremiantes del siglo, como la globalización, la innovación, la generación de conocimiento, la competitividad y la sostenibilidad, mediante  nuevos lenguajes y el desarrollo de habilidades cognitivas diferentes. Todo lo que en últimas nos va a permitir impulsar el crecimiento del país y formar mejores personas, al servicio de la sociedad, potenciando un mundo armónico y en paz. El modelo está diseñado. Nos falta el cómo lograrlo.
Escrito por: Ramses Vargas Lamadrid

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