La U, entre ´baretos’ y otros demonios


Las cifras deben llamar a la reflexión. Por ejemplo, dos de cada diez universitarios en Colombia han consumido alguna droga en el último año.

En momentos en que nuestro país se enfrasca en un profundo debate sobre qué hacer para reducir las miles de hectáreas de cultivos de coca en Nariño, Catatumbo y Putumayo, y mientras Trump declara la emergencia de salud por la epidemia del consumo de opioides que causaron la muertes a 20.000 estadounidenses en 2016, se conocen las cifras del aumento del consumo de drogas en nuestras universidades. Y este no es un tema menor por todas las implicaciones sobre la salud de nuestros jóvenes, sus efectos en el rendimiento académico y sobre el ambiente de convivencia interna y por la seguridad en los campus y sus alrededores, entre otros.

El titular puede ser el mismo de hace 5 u 8 años atrás: “Crece el consumo de drogas entre universitarios colombianos”. La reiteración de esa realidad la hace el mismo investigador de entonces, el ‘Estudio epidemiológico andino sobre consumo de drogas en la población universitaria’, que en el país lo lidera la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito y el Ministerio de Justicia.
Las cifras deben llamar a la reflexión. Por ejemplo, dos de cada diez  universitarios en Colombia han consumido alguna droga en el último año. Y casi cuatro de cada diez las han probado alguna vez en su vida. Y mientras las drogas crecen en demanda, la de tabaco y alcohol ha bajado como si ya no fuera “cool” emborracharse sino “volar” bajo el efecto de un porro.

La medición hecha para Perú, Ecuador, Bolivia y Colombia revela que, de los cuatro, somos el país donde hay más demanda de drogas ilegales, es decir tenemos un mayor número de estudiantes que dicen haberla consumido el año anterior: 22,7 por ciento, 10 puntos por encima de Ecuador y lejos de Perú y Bolivia (6,5 por ciento).

Por tipo de sustancia, la marihuana es la preferida entre los estudiantes, en una proporción de más del doble a la de 2009 –20,8 por ciento- que se explicaría, según el estudio, porque “los universitarios de Colombia tienen la más baja percepción de riesgo, la más alta disponibilidad y el más alto consumo de marihuana en la subregión Andina”. Si sirve de consuelo, en EE.UU. está pasando algo aun peor: el 39  por ciento de los universitarios la usó en los últimos 12 meses, tal vez el dato más alto en las últimas tres décadas, según reciente estudio de la Universidad de Michigan.

Aquí es más fácil conseguir marihuana en la esquina que una buena red de wifi. Y están entrando a probarla desde los 17 años que es una tendencia que ya se observaba en los estudios de 2009 y 2012. En Colombia, le siguen el LSD –el 4,2 por ciento dijo haberla usado en el último año, y 1 por ciento, en el último mes–, la cocaína, que mantiene unos niveles cercanos a los de 2009 y luego éxtasis, anfetaminas y metanfetaminas, el basuco y el tristemente de moda “zombie”.

Esto desnuda una vez más una realidad: miles de jóvenes –por fortuna una minoría– se están adentrando por ese peligroso túnel de las drogas abierto por la sociedad moderna. Podría haber muchas razones para entender el problema en nuestras aulas. Las universidades, en muchos casos, heredamos estudiantes inmersos en fenómenos de consumo que fueron fácilmente permeados en las puertas de los colegios y en ocasiones al interior de las instituciones por mafias del microtráfico que convirtieron al país y a muchos de sus habitantes en consumidores. Esto, unido a un evidente problema de violencia intrafamiliar y de falta de liderazgo en la célula capital de la sociedad como lo es la familia,  se ha convertido en un caldo de cultivo que se filtra hacia el interior de las instituciones educativas. Las mafias del microtráfico, conocidas como “ganchos”, que en nuestras grandes ciudades han montado sus “Bronx”, viven al acecho de niños de colegios o de jóvenes universitarios para alimentar sus criminales “mercados”.

Si bien este no es un fenómeno nuevo, pareciera que nuestra nueva condición de país productor a consumidor plantea nuevos retos en materia de salud pública, de orientación dentro de las instituciones y cuando hubiere lugar, acciones disciplinarias y legales. Hemos hecho, como educadores, grandes esfuerzos pero el problema está desbordando ese intento en un país que pese a todas las tragedias de la droga se volvió permisivo. Este nuevo informe sobre drogas en las universidades no debería pasar inadvertido para el Gobierno, nuestra excesivamente liberal Corte Constitucional, los medios y la sociedad en general.

Aceptémoslo, tenemos un grave problema de drogadicción en todas las universidades de Colombia, y así como hace un par de semanas sugeríamos un Pacto Social por la Ética desde la academia, de igual manera, lo que hoy consumen, se inyectan y aspiran muchos de nuestros estudiantes urge una respuesta en lo psicosocial y cómo no, también en lo disciplinario. Está abierto el debate, el drama jóvenes–droga merece más que un titular.

Por: Ramsés Vargas Lamadrid
Publicado originalmente: http://www.semana.com/opinion/articulo/consumo-de-drogas-en-universidades/545560

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